viernes, 30 de marzo de 2012

Cartas a Carolina desde el desierto


Mi querida Carolina:

Me lo pusiste fácil, compañera; me diste el pie; fuiste Calíope en el sequedal del sentimiento haciendo germinar la palabra. Te lo dije ya: Admito, como no, que el mal y el sufrimiento son, hoy por hoy, inevitables, pero estoy seguro, quiero estarlo, de que ello no pertenece a nuestra naturaleza más intima, por muy natural que parezca y por mucho dolor que generemos. Quiero creer y creo que nos hicieron buenos, porque yo creo en un Dios bueno, así, sin más, bueno; incapaz de hacer algo malo. No se en realidad que fue lo que contaminó tanta bondad con la que fuimos hechos, pero fuera lo que fuese no es más poderoso que el Amor, material que constituye nuestra urdimbre más íntima. Por eso creo en la Esperanza y en Aquél que me la hizo respirar en determinado momento; por eso tanteo, aun a ciegas, aun sobreviviendo, como dijera Victor Heredia, en las condiciones de posibilidad de una nueva creación, ya comenzada, que nos hará a todos más auténticos, más humanos; por eso tanteo y alargo mi mano, aun en la oscuridad de lo real, para encontrar y tocar siquiera la punta de los dedos de Aquél que solo exhala amor y ternura. Por eso tanteo, aun balbuceando, en aquello de “Padre nuestro”, si, nuestro, de todos y para todos, no solo mio; el que da también el “pan nuestro”, de todos y para todos y no solo de unos y para unos cuantos. Creo y quiero creer en la Vida, con mayúsculas, porque fui hecho para la vida y no para la muerte. Creo y quiero creer en la alegría y el entusiasmo, hacen que me aferre a la Esperanza aun en el laberinto de la negrura. No creo ni quiero creer que la amenaza sirve para algo; no creo ni quiero creer que el miedo, mi miedo, tu miedo, nuestros miedos, los miedos de ellos, alegran y satisfacen al que exhaló su Vida en nuestras gargantas. No hay deudas ni pagos con sangre inocente, solo Vida y Gracia abundante, aunque insistentemente despreciadas. Lo otro, el miedo y la amenaza, también solo son tanteos, otros tanteos ignorados, quizás voluntariamente, aunque tanteos al fin, nacidos de nuestro egoísmo e indolencia.

Recibe un cordial abrazo

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