martes, 20 de marzo de 2012

No hay deuda, sólo gracia.

Lucas 15: 11-32. El hijo pródigo

El hijo pródigo. El padre amoroso. El padre que actua como madre emocionada. ¿Lo que es “justo”, en primer lugar... o la misericorda? ¿justicia o amor que perdona sin reproches? Creo que no hay otra manera más acertada de describir el verdadero caracter de Dios que a través de esta parábola. Jesús acertó de pleno, “lo bordó”. No hay otro retrato del Padre más auténtico que este, ni Rembrandt lo representó mejor. Esto tiene una única explicación:  no hay nadie que conozca mejor al Padre que Jesús, porque él es el Hijo, y no hay nadie que pueda hablar con más autoridad del hombre que Jesús, porque él es el Hombre acabado, la Humanidad plena. Podríamos decir infinidad de cosas tomando como base el texto de la parábola,  a mí hay una que me estremece y sobrecoje en gran manera. El peor de los desatinos del muchacho no fue haber pedido su parte de la herencia y haberla dilapidado, que ya era suficientemente dañino; ni marcharse lejos del hogar donde tenía todo lo necesario para ser feliz. Lo peor fue no haber conocido en absoluto a su propio padre después de tantos años de convivencia. Me decía alguien esta mañana que “nuestras acciones, las malas en este caso, tienen consecuencias...  para qué nos va a castigar Dios cuando hacemos algo malo... ya tenemos bastante con soportar nuestro error” [Sic] Esta vez las consecuencias no fueron muy buenas. Ocurre siempre que creemos poder hacer el camino solos, por nuestra cuenta, sin más. Ocurre siempre que nos dejamos llevar por el orgullo y el egoísmo. Ocurre siempre que nos dejamos llevar por los impulsos de una falsa libertad. Ocurre siempre que olvidamos cómo vivir en y por la Gracia.

Esta vez todo salió mal. El hambre es muy mala consejera; la vuelta a casa parece ser la opción más razonable; no hay otro motivo, ni siquiera arrepentimiento, solo hay hambre. También hay mucha vergüenza. Tal vez consiga algo positivo. Pero ¡qué gran sorpresa! Aun no ha llegado ni a la puerta de la que fue su casa cuando el padre, que no ha dejado de mirar al horizonte día tras días con el corazón encojido por la preocupación, sale a su encuentro y lo abraza. ¡Irrumple la alegría!.. “mi hijo estaba perdido y lo he recuperado”. Nada de lo anterior importa; lo pasado, pasado; no hay reproches, solo lágrimas de emoción, ternura, mucha ternura y acogida infinita. Reencuentro

Esta parábola tuvo que sonar muy mal a los oyentes. El padre de éste chico está invirtiendo los roles de lo que manda la costumbre. Él es el “paterfamilia”, lo “correcto” es “poner las cosas en su sitio” y al hijo también, de lo contrario puede poner en peligro el equilibrio de la casa y lo que es peor, su autoridad. Al hijo mayor no le falta razón; según la costumbre, lo que es correcto, el padre ha actuado mal, ha puesto en peligro la herencia común, los intereses del otro hijo y ha recibido al díscolo “como si no hubiera hecho nada malo”, más aun: ¡ha adoptado el rol de la madre, de la mujer! Y ha hecho fiesta. Él está para poner orden, para hacer lo que es justo, no para desplegar este tipo de sentimientos maternos... El hijo mayor tiene toda la razón, pero el padre tiene todo el corazón.

Éste es el secreto: no se trata simplemente de perdonar lo pasado y decir que la cosa no tiene importancia, se trata de recuperar lo que se ha perdido, de acoger con el corazón. No estamos ante el tribunal flojo que pasa por alto el pecado, como algunos y algunas piensan cuando ven anteponer la misericordia a lo que consideran que es de justicia, ese es el camino fácil; no estamos ante un tribunal, estamos ante la fidelidad de Dios expresada en su infinita misericordia. Ésta es la diferencia entre entender la salvación como un acto jurídico a entenderla como un acto de pura Gracia. Al otro hijo, en cambio, no parece poder recuperarlo ni el amor del padre...

No confundamos las cosas; no estamos bajo la Ley sino cubiertos y sostenidos por la Gracia. Los creyentes cristianos hemos de proclamar y hacer real el Reino, la casa del Padre. La Comunidad de fe tiene que sentir la angustia y el dolor del Padre por aquellos y aquellas que están fuera, que se marcharon voluntariamente o fueron expulsados por la obsesión de la costumbre; ha de “fiarse de Dios” y dejar que rebose la ternura y la misericordia. Ninguno de nosotros, ni laico ni diácono, ni presbítero ni obispo, hombre o mujer, ¡ninguno es más que aquellos o aquellas que consideramos fuera de lo correcto! Ninguno estamos en mejor posición delante de Dios; los lugares privilegiados los marcamos y repartimos nosotros, nuestros complejos, nuestros traumas, no Dios; él solamente nos ha bendecido con toda clase de bendiciones en Jesús, a todos y todas por igual. Esta es la novedad del Evangelio. Por tanto creo que ya es hora de que tomemos en serio esta Novedad y distingamos bien entre lo que es realmene de Jesús y lo que no lo es; lo que no lo es puede ser válido en cierto modo, en algún momento, pero no es el Reino. A nosotros, reformados, protestantes y evangélicos, se nos llena la boca de decir que “no hay otro mediador entre Dios y los hombres que Jesucristo”, pues bien, vivamos lo que decimos y no demos la preeminencia a las mediaciones: teologías, costumbres, doctrinas, formas de gobierno... Todo ello puede ser válido mientras dignifique al hombre, cuando no lo hace es totalmente inservible, porque el hombre, la persona, es lo más importante; decía Feuerbach que “el hombre es el ser supremo para el hombre”, la fe cristiana dice: “y para Dios también”. Nos hemos quedado principalmente con la imagen del Dios amo, dueño, patriarca, paterfamilia, juez; jesús nos revela lo más hondo e íntimo de él: la ternura inagotable y la misericordia inefable. Preferimos entender y explicar el perdón como concepto jurídico. Hemos entendido con demasiada frecuencia, y así lo enseñamos y practicamos, que el hombre es “malo” por naturaleza y peca, entonces comparecemos ante el juez, que como es más bien bondadoso nos perdona; esto es posible porque alguien ya ha satisfecho la deuda con un sacrificio cruento, horrible... así Dios ha aplacado su ira. Este es el concepto jurídico del pecado y la redención. Pero no basta esto, hay que ir mucho más allá de las interpretaciones y las imágenes, el horror y la muerte es opción nuestra y Jesús nos ha dicho que el Padre es … “papá”, que nos quiere sin más, porque él es así y nos ha creado no como un medio sino como un fin, el fin último de su amor. El pecado es cosa nuestra, la muerte es cosa nuestra, el derramamiento de sangre inocente es cosa nuestra; eso no satisface a nadie y menos a Dios. No hay deuda, solo hay Gracia. Hemos convertido la vida en un libro de cuentas y preferimos la ley, el juez y el perdón, así, a secas, en vez de la misericordia, la ternura, la alegría, la acogida sincera y el amor. Preferimos las mediaciones, la autoridad ascendente y jerárquica... y resulta que esto no cuadra bien con la enseñanza de Jesús. Y quien piensa que esto es una manera muy desatinada y pesimista de entender el Evangelio es que no se ha enterado de nada, porque no hay nada más exigente que el Amor.

Rvdo. Juan Larios

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