miércoles, 4 de abril de 2012

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.


Corren malos tiempos para los/as defensores/as de la libertad de pensamiento y de conciencia. Lo acabamos de ver una vez más en estos días. La búsqueda y propuesta de nuevos enfoques para expresar y vivir la fe en un mundo posmoderno como el nuestro, con lo arriesgado del intento, no parece ser aceptada de buena gana, en todo caso solo es celosamente admitida si se hace exclusivamente dentro de los moldes que hemos recibido. Pero hay un problema: esos moldes pertenecen a un pasado que, lo queramos o no, ya no sirve, en cierto sentido, para acoger y responder muchas de las preguntas y necesidades de nuestro tiempo. Creo que es de sentido común. No es cuestión, al menos yo no estoy diciendo eso, de deshacerse del inmenso tesoro que nos ha sido legado, como algunos y algunas pensarán al leer esto, todo lo contrario, se trata más bien de limpiarlo y revitalizarlo, de acercarlo y hacerlo creíble y deseable; usando una metáfora de Juan Masía, es necesario quitar la cal que ha cubierto durante siglos los hermosos frescos de algunas iglesias y catedrales para disfrutar su hermosura. Esto no hay otra manera de hacerlo que con decisión, paciencia y cuidado exquisitos. Hoy se hace necesaria esa limpieza o perderemos algo más que el nombre. No podemos, en mi humilde opinión, seguir tratando de imponer conceptos intelectuales, imágenes, normas morales y planteamientos teológicos de hace mil años, aun con toda la refundición de los siglos más cercanos; cada época produce sus modos y formas propios de pensamiento. No obstante siempre se impone la, por regla general mal llamada, ortodoxia, condenando y silenciando cualquier iniciativa o pensamiento que ponga en peligro el orden establecido. Le ocurrió al propio Jesús de Nazaret cuya idea de Dios, por ejemplo, no encajaba muy bien en los moldes de pensamiento de épocas pasadas; así al dios que exige constantemente servicio Jesús presenta al Dios que viene voluntariamente a servir; al dios que premia o castiga según las obras Jesús presenta al Dios que acoge incondicionalmente, sin tener en cuenta las equivocaciones; al dios de la exclusión y el exclusivismo, Jesús presenta al Dios inclusivo que ama hasta la muerte y que tiene además preferencia por los desfavorecidos y condenados. Era obvio que ese Dios que presentaba Jesús no puede ser admitido por aquellos que utilizan a Dios como instrumento de esclavitud y dominio. Ni lo fue entonces, ni lo es ahora, ni lo será mañana. Y no olvidemos que a Jesús lo crucificaron aquellos que decían estar en posesión de la verdad, los puros, los aprobados por dios.
Estos días vamos a revivir aquella muerte; y hablaremos de ella; y celebraremos muchos oficios. Hay que estar muy ciego o tener el corazón muy enquistado para quedarse en la pura repetición año tras año, con la cantidad de crucificados y crucificadas que siguen gritando desde sus cruces. A nosotros, protestantes y reformados, debería afectarnos todo lo que está pasando en gran manera y tomar nota, pues en algunos entornos no estamos muy lejos de todo ello. No olvidemos que el protestantismo nace de la mano de la necesidad de libertad frente al autoritarismo católico romano. Pero los moldes se repiten tanto en uno como en otro lado. ¡Cuidado pues con las condenas y exclusiones a aquellos/as que no ven ni viven la fe como algunos/as piensan que debe hacerse! Ojalá que esta Semana Santa sea un tiempo de auténtica conversión para todos y todas.

Juan Larios
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