lunes, 9 de diciembre de 2013

ADVIENTO, YA PERO TODAVÍA NO

 ADVIENTO, tiempo inquieto, de reflexión y espera; vigilia de una realidad anunciada y deseada. Esperanza que ya no es solo un sentimiento o expectativa, ni siquiera una virtud; ahora es mucho más, immensamente más, es rostro del Misterio encarnado, nacido de mujer como cualquiera de nosotros, con nombre propio; vida que acontece en una historia también inquieta, de rostro roto y desfigurado, preñadada de desigualdades, de dolor y sufrimiento, como la nuestra, y por la que no pasó de largo sino que asumiéndola, la abrazó y amó hasta la muerte alumbrando otra nueva y diferente.

UN AÑO MÁS. Estamos en Adviento, umbral de la Navidad, dias en los que conmemoraremos, celebraremos y ¿haremos presente? esa realidad anunciada, pesadilla constante del poder que desfigura y ejecuta. Nuevamente Adviento, un año más. Y ¿Qué ha cambiado en nuestras vidas? ¿Qué ha cambiado en nuestras comunidades, en nuestra Iglesia? ¿Qué nuevos propósitos hemos hecho? ¿Volveremos a entonar tiernos cánticos que evocan ecos de un tiempo que no conocimos? ¿Intentaremos nuevamente “ser más buenos” o más condescendientes, porque así lo exige el momento? ¿Esto será todo?

Tomemos consciencia. No estamos, o no deberíamos estar, ante la estoica rueda del eterno retorno, aunque parezca que los hechos así quieran afirmarlo; pues, de ser así, habremos convertido aquella esperanza encarnada en falacia trágica y desesperada que nos aboca a la nada más absoluta. No somos Sísifos condenados, ni seres nacidos de La galla ciencia, o no deberíamos comportarnos como tales. No somos simples actores o intérpretes de obras sacras, ni clones que repiten, año tras año, sin pensarlo, aquello para lo que han sido programados. Somos, por el contrario, constructores libres de esa historia nueva que ya ha sido comenzada; portadores de aquella esperanza encarnada que también abraza esta historia nuestra, rota y desfigurada por el egoísmo y la avaricia nacidos del drama de la sinrazón.

Somos personas nuevas, nacidas de ese “ya, pero todavía no” que nos empuja; ese “ya, pero todavía no” que nos convence de que es posible vivir de otra manera infintiamente más digna y más humana. Somos personas que ante la rotura y el quebranto de la historia hemos dicho “no”, pero sin renunciar; y ese “no” no es un acto de egoísmo, todo lo contrario, es un acto solidario. Ese “no” lo gritaron los profetas, inspirados por el Viento de Dios que todo lo anima y lo sostiene. Ese “no”, también divino, se hizo carne en Jesús de Nazaret; es el “no” que descubre al inicuo y lo pone en evidencia; es el “no” que desvela la mentira, se enfrenta a la opresión y la denuncia; es el “no” que planta cara al poder que esclaviza y arruina hasta lo más sagrado de la creación; pero también es “no” que se desborda por amor y nos implica. Debemos, pues, salir del sueño que inhabilita y embrutece, sumiéndonos en mortal apatía pesimista y recuperar así la identidad y la consciencia.

Si ese “no” abraza el corazón y nos hace responsables, nuestro vivir creyente no puede ni debe seguir atado a dogmatismos inservibles, porque nos separan de la efectividad y perpetúan la exclusión y el sufrimiento; tampoco debe situarse al margen de una realidad que le cuestiona y que no pide solamente una acción paliativa ante la desesperanza, sino que pide entendimiento, empatía, acogida y ternura, acompañamiento, sanidad e inclusión, en todos los sentidos. Pide también una mirada, pero no una mirada abyecta y condenatoria, sino clara y directa, tierna y amorsa; porque es, precisamente, esa mirada la que devuelve identidad y exitencia a quienes ya casi las han perdido.

No deberíamos, por tanto, dejarnos engañar por discursos y aptitudes que desvían y adormecen, aparetemente liberadores y que remiten una y otra vez a lo que “hasta aquí ha funcionado”, tópico del inmovilismo más improductivo, pues en realidad ya no funcionan escepto para seguir perpetuando la manipulación y la inconsciencia.



Estemos pues alerta, con la mirada atenta y los oidos bien abiertos para ver y escuchar con claridad. No nos dejemos seducir por melodías triunfalistas, ni confundamos la esperanza con el triunfalismo del “todo está bien”, porque esa no es nuestra esperanza. No sigamos mirando al cielo. Miremos a nuestro alrededor, a nosotros mismos. Miremos cara a cara y seamos conscientes de la realidad que nos envuelve, de nuestra propia realidad, para no caer en el error del escapismo que no condece sino al desastre.

Somos personas renacidas, portadoras de Buenas Nuevas que anuncian sanidad, perdón y liberación a un mundo enfermo y esclavo de su propio egoísmo y sinrazón. Somos personas con “poder” para arrebatar del corazón herido el lastre de la culpabilidad, la locura y la condena, impuestas, a golpe de amenaza, por la necesidad de mantener determinadas ideologías y cuyo arma princpipal es el miedo.


Evitemos pues, la superficialidad y el preciosismo vacío de nuestros actos comunitarios y nuestra vida y vivamos, de verdad, la profundidad y plenitud del encuentro. No invalidemos los tiempos encerrándolos en la rutina, al contrario, degustemos cada uno de sus instantes como manjar que alimenta y nutre nuestra propia existencia y la de todos. Seamos pues comunidades vivas, atentas a todo lo que ocurre, motores de reflexión y fuentes de consciencia en un mundo que está a punto de perderla. Seamos comunidades del “no” sin renunciar. Hagamos de este Adviento un auténtico tiempo de cambio de mirada hacia la Vida, de compromiso consciente, de celebración y concelebración de corazones habitados por el Viento eterno de Dios que nos impulsa amorosamente.  
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