A las ocho de la mañana sonó el despertador y lo odié con toda mi alma. Supongo que hasta debí gruñir un poco, pero me tiré de la cama como pude y casi a tientas fui hasta la cafetera. A las nueve y media ya salía de casa. La primea estación (Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario) en casa de mi hermana, para recoger unos documentos. La segunda parada en casa de mi madre, escuchar sus quejas sobre el cansancio, el dolor de sus huesos (y me lo va a contar a mí, la pobre, que estoy peor que ella), que si siente que se le va la cabeza (un bochorno increíble y ella dale que te pego a la fregona, ¡a ver qué esperas, mami!). Después la gestoría; Ana se acordó a tiempo de su declaración de la renta y no es capaz de hacerla desde allá por internet, ¡socorrito, mamá! El súper, el llegar a casa hecha unos zorros, que a estas alturas ya pasarías de cocinar y te arreglarías con un café, pero... no seas así, que al menos un día a la semana tienes que comer decentemente. Y cortas, picas, rebozas, rehogas.... A las tres de la tarde, la comida repartida en varios cacharritos de plástico, que ya ni comer quería, me senté con un café, de los míos de toda la vida. A las cuatro y diez el timbre del teléfono acabó con mi "siesta" y con medio café encima de mi vestido y por el suelo. ¿Te acuerdas, Tita, de que tienes que ir al médico a las seis? Mamá, por Dios, que son las cuatro y diez todavía!
A las cinco y media salgo de casa, voy a la de mi madre a recoger su tarjeta de la Seguridad Social y encamino mis pasos al ambulatorio. Aprovecho para ver a mi sobrino, que ya acabó las clases y a quien no veía desde... no sé cuándo. Lo invito a un refresco y a una tapa de tortilla (el tipo es encantador pero raro: no se había acordado de comer). Suena el móvil: -Mamá, a ver si se te ocurre un título para el texto, que tengo que entregarlo ya- (mierda, nena, por qué me haces esto?) Al final le sale a ella. ¿Qué te parece: "Das novas diásporas" (¡ahora que está en el United Kingdom la nena escribe en gallego!) Precioso, divino, apuntálo, mandálo, andáte al corno después, che. Mando a mi sobrino a llevar los medicamentos a casa de mi madre y yo vuelvo para la mía. Aún me queda el compromiso con mi hermana, pero esta no va a llegar de trabajar hasta después de las ocho y media, así que me despeloto casi por completo (¿te dije que hacía bochorno?), me preparo otro cafecito y me dispongo, esta vez sí, a descansar. Porque ya  me había despelotado y necesitaba un respiro, mi hermana llama por teléfono y me dice que  viene (justo ayer tenía que salir antes de trabajar). Hice bajar de los cielos a una buena parte de sus santos, encabezados por San Antonio, que para algo era su día, me calcé otra vez los pantalones y los zapatos y volví a bajar los cuatro pisos.
A la vuelta ya no sé qué pasó, encendí el ordenador, intenté escribirte, pero la realidad es que es hoy cuando lo hago; y en diez minutos saldré de casa para no volver hasta la madrugada. Esto es la mierda de la vida real, y lo que más me duele es que me digas que  te olvidé. Y yo te juro que no van por ahí los tiros. ¿Que la hostelería es muy complicada? Quizás, pero eso ya lo dejo para otro día. Ahora  debes estar agotado sólo de leer lo que te acabo de contar.
Hasta la próxima. Un abrazo enorme. Tita