Corren
malos tiempos para los/as defensores/as de la libertad de pensamiento
y de conciencia. Lo acabamos de ver una vez más en estos días. La
búsqueda y propuesta de nuevos enfoques para expresar y vivir la fe
en un mundo posmoderno como el nuestro, con lo arriesgado del
intento, no parece ser aceptada de buena gana, en todo caso solo es
celosamente admitida si se hace exclusivamente dentro de los moldes
que hemos recibido. Pero hay un problema: esos moldes pertenecen a un
pasado que, lo queramos o no, ya no sirve, en cierto sentido, para
acoger y responder muchas de las preguntas y necesidades de nuestro
tiempo. Creo que es de sentido común. No es cuestión, al menos yo
no estoy diciendo eso, de deshacerse del inmenso tesoro que nos ha
sido legado, como algunos y algunas pensarán al leer esto, todo lo
contrario, se trata más bien de limpiarlo y revitalizarlo, de
acercarlo y hacerlo creíble y deseable; usando una metáfora de Juan
Masía, es necesario quitar la cal que ha cubierto durante siglos los
hermosos frescos de algunas iglesias y catedrales para disfrutar su
hermosura. Esto no hay otra manera de hacerlo que con decisión,
paciencia y cuidado exquisitos. Hoy se hace necesaria esa limpieza o
perderemos algo más que el nombre. No podemos, en mi humilde
opinión, seguir tratando de imponer conceptos intelectuales,
imágenes, normas morales y planteamientos teológicos de hace mil
años, aun con toda la refundición de los siglos más cercanos; cada
época produce sus modos y formas propios de pensamiento. No obstante
siempre se impone la, por regla general mal llamada, ortodoxia,
condenando y silenciando cualquier iniciativa o pensamiento que ponga
en peligro el orden establecido. Le ocurrió al propio Jesús de
Nazaret cuya idea de Dios, por ejemplo, no encajaba muy bien en los
moldes de pensamiento de épocas pasadas; así al dios que exige
constantemente servicio Jesús presenta al Dios que viene
voluntariamente a servir; al dios que premia o castiga según las
obras Jesús presenta al Dios que acoge incondicionalmente, sin tener
en cuenta las equivocaciones; al dios de la exclusión y el
exclusivismo, Jesús presenta al Dios inclusivo que ama hasta la
muerte y que tiene además preferencia por los desfavorecidos y
condenados. Era obvio que ese Dios que presentaba Jesús no puede ser
admitido por aquellos que utilizan a Dios como instrumento de
esclavitud y dominio. Ni lo fue entonces, ni lo es ahora, ni lo será
mañana. Y no olvidemos que a Jesús lo crucificaron aquellos que
decían estar en posesión de la verdad, los puros, los aprobados por
dios.
Estos
días vamos a revivir aquella muerte; y hablaremos de ella; y
celebraremos muchos oficios. Hay que estar muy ciego o tener el
corazón muy enquistado para quedarse en la pura repetición año
tras año, con la cantidad de crucificados y crucificadas que siguen
gritando desde sus cruces. A nosotros, protestantes y reformados,
debería afectarnos todo lo que está pasando en gran manera y tomar
nota, pues en algunos entornos no estamos muy lejos de todo ello. No
olvidemos que el protestantismo nace de la mano de la necesidad de
libertad frente al autoritarismo católico romano. Pero los moldes se
repiten tanto en uno como en otro lado. ¡Cuidado pues con las
condenas y exclusiones a aquellos/as que no ven ni viven la fe como
algunos/as piensan que debe hacerse! Ojalá que esta Semana Santa sea
un tiempo de auténtica conversión para todos y todas.
Juan Larios
Juan Larios
Muy oportuno tu comentario al inicio de la llamada Semana Santa. Lástima que, lo que haya de evocación auténtica de aquella santa semana, se quede en eso: folklore de procesión. Y, sin embargo, la vida sigue pasado estos días. Pero... ¿qué tendrá que ver el día a día con la Semana Santa, dirán algunos!
ResponderEliminarGracias Desiderius por tu comentario. Ojalá que podamos hacer de todos los días de nuestra vida, no ya dias santos, sino días humanos; yo creo que en Jesús ya no tiene sentido la separación entre lo sagrado y lo profano, todo es sagrado menos lo inhumano. Un fuerte abrazo
ResponderEliminar