jueves, 29 de septiembre de 2011

Estar centrado y no seguir siendo el centro

CENTRAMIENTO
Fea palabra para expresar un bello pensamiento, guía de una profunda experiencia.
¿Hay algo más bello que el árbol solitario en la extensión del
campo?
Parece solo y abandonado y casi condenado a la extinción próxima, como les pasó a los demás. Porque antes nunca estuvo solo.
Ahora resiste. Y su resistencia le viste de una belleza que admiramos.
Su resistencia no es lucha desesperada por permanecer, agarrado a las últimas posibilidades.
Su resistencia es gallarda y señora: se alimenta a través de la tierra que aspira por sus raíces; a través del aire que respira por todas sus hojas; a través del agua que le inunda en el rocío de cada mañana y en la inundación de cada lluvia; a través de la energía renovada en la continua fotosíntesis, abierto, como está, a todos los influjos siderales, al influjo, nunca rechazado de todos los planetas y satélites amigos.
Centro nunca eludido, nunca estorbado; centro acogedor de todos los elementos, este árbol se sabe fruto cierto de todos los gérmenes del universo.

Y DESCENTRAMIENTO.
El árbol no se cree, ni se sabe ser centro del Universo, ni siquiera del pequeño espacio de campo, que habita, en el que destaca su presencia, aparentemente solo.
A él vienen los pajarillos, recorriendo cielo, para confundirse con sus hojas, mecerse en sus ramas, pavonearse en su sombra y, desde él, lanzar sus trinos al viento volador de los cielos.
A él vienen, pequeños y grandes pasajeros del campo, el conejo, el perro, la vaca. Sabedores del frescor de su sombra bajo el poderoso sol y alargan su siesta o rumian su pasto, mientras ojean posibles agresiones en el horizonte.
A su sombra descansa agradecido el segador bien pagado, el caminante gratuito, su mismo dueño que le cuidó y regó, cuando era tierno y necesitaba cuidados, como un niño caprichoso e indefenso.
Él atraerá la furia del rayo en tardes de tormenta y evitará destrozos e incendios de cosechas, partido en dos, calcinado y muerto sin posible defensa.
Y seguirá siendo referencia por años y tiempos nuevos: “allá, en el chopo caído” –contarán los paisanos- “¡cuántas veces jugamos a guardias y ladrones!”.
Él, que en sus años jóvenes soltó sus semillas y las sembró en las alas del viento y volaron lejos, donde crecieron plantíos inesperados y frescos.
Como un ser desplegó su vida, su fuerza y su belleza. Se hizo árbol sencillamente, como tenía que ser, en comunión de campo con todos los seres, como él obedientes felices al sentido de su presencia.

CONCLUSIÓN: 
“Somos, como esos viejos árboles,
batidos por el viento que azota desde el mar…
…vamos a echar nuevas raíces
en campos y veredas, para poder andar
tiempos, que traigan en su entraña
esa gran utopía que es la fraternidad”.

Jesús Martinez

1 comentario:

  1. Dios nos pone a prueba, quizás ahora mucho más, y debemos dar respuesta ya no solo a nivel Iglesia, sino mucho más a nivel personal.

    Abandonarnos a su infinita misericordia, como esos viejos árboles, -a veces centrados a veces descentrados-; Dejárnos utilizar por Él; ser tan solo instrumentos sencillos y humildes, llegando incluso al descentramiento de uno mismo, superando los egocentrismos superficiales que separan en vez de unir corazones. Sólo a través del desprendimiento personal podremos escuchar la suave brisa del Espíritu soplando en nuestra vida.

    Bonita reflexión la que nos trae J. Martinez, tan sencilla como profunda.

    Saludos.

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