CENTRAMIENTO
Fea palabra para expresar un bello pensamiento, guía de una profunda experiencia.
¿Hay algo más bello que el árbol solitario en la extensión del
campo?
Parece solo y abandonado y casi condenado a la extinción próxima, como les pasó a los demás. Porque antes nunca estuvo solo.
Ahora resiste. Y su resistencia le viste de una belleza que admiramos.
Su resistencia no es lucha desesperada por permanecer, agarrado a las últimas posibilidades.
Su resistencia es gallarda y señora: se alimenta a través de la tierra que aspira por sus raíces; a través del aire que respira por todas sus hojas; a través del agua que le inunda en el rocío de cada mañana y en la inundación de cada lluvia; a través de la energía renovada en la continua fotosíntesis, abierto, como está, a todos los influjos siderales, al influjo, nunca rechazado de todos los planetas y satélites amigos.
Centro nunca eludido, nunca estorbado; centro acogedor de todos los elementos, este árbol se sabe fruto cierto de todos los gérmenes del universo.
Y DESCENTRAMIENTO.
El árbol no se cree, ni se sabe ser centro del Universo, ni siquiera del pequeño espacio de campo, que habita, en el que destaca su presencia, aparentemente solo.
A él vienen los pajarillos, recorriendo cielo, para confundirse con sus hojas, mecerse en sus ramas, pavonearse en su sombra y, desde él, lanzar sus trinos al viento volador de los cielos.
A él vienen, pequeños y grandes pasajeros del campo, el conejo, el perro, la vaca. Sabedores del frescor de su sombra bajo el poderoso sol y alargan su siesta o rumian su pasto, mientras ojean posibles agresiones en el horizonte.
A su sombra descansa agradecido el segador bien pagado, el caminante gratuito, su mismo dueño que le cuidó y regó, cuando era tierno y necesitaba cuidados, como un niño caprichoso e indefenso.
Él atraerá la furia del rayo en tardes de tormenta y evitará destrozos e incendios de cosechas, partido en dos, calcinado y muerto sin posible defensa.
Y seguirá siendo referencia por años y tiempos nuevos: “allá, en el chopo caído” –contarán los paisanos- “¡cuántas veces jugamos a guardias y ladrones!”.
Él, que en sus años jóvenes soltó sus semillas y las sembró en las alas del viento y volaron lejos, donde crecieron plantíos inesperados y frescos.
Como un ser desplegó su vida, su fuerza y su belleza. Se hizo árbol sencillamente, como tenía que ser, en comunión de campo con todos los seres, como él obedientes felices al sentido de su presencia.
CONCLUSIÓN:
“Somos, como esos viejos árboles,
batidos por el viento que azota desde el mar…
…vamos a echar nuevas raíces
en campos y veredas, para poder andar
tiempos, que traigan en su entraña
esa gran utopía que es la fraternidad”.
Jesús Martinez
Jesús Martinez
Dios nos pone a prueba, quizás ahora mucho más, y debemos dar respuesta ya no solo a nivel Iglesia, sino mucho más a nivel personal.
ResponderEliminarAbandonarnos a su infinita misericordia, como esos viejos árboles, -a veces centrados a veces descentrados-; Dejárnos utilizar por Él; ser tan solo instrumentos sencillos y humildes, llegando incluso al descentramiento de uno mismo, superando los egocentrismos superficiales que separan en vez de unir corazones. Sólo a través del desprendimiento personal podremos escuchar la suave brisa del Espíritu soplando en nuestra vida.
Bonita reflexión la que nos trae J. Martinez, tan sencilla como profunda.
Saludos.