jueves, 22 de septiembre de 2011

Belleza, cristología y ecumenismo

Francisco Henares. Prof. de Teología
Una teología estética no es algo absolutamente nuevo. Ha existido desde los Padres de la Iglesia en los primeros siglos del cristianismo, y ha ido saliendo y reguardándose como un Guadiana, pero siempre ha estado ahí. En los últimos 50-60 años, ciertamente, con una fuerza más definitiva. Habrá que recordar que vivimos tiempos ya postmodernos, y la mejor cultura ya no pone los ojos en el cientismo como si fuera lo único que existe de la realidad. ¡Para real la belleza! Quizás, culturalmente, sean tiempos propicios para esta visión.

Hablamos de belleza, en efecto, ¿pero de cuál belleza en teología? Hay que contestar: de la que exhala del Señor Jesús, Dios, nacido de mujer, Hijo del Padre, conducido por el Espíritu Santo. Hablamos del gran Acontecimiento de Liberación que es la Encarnación, puesto que ese Jesús vino, vivió salvando, sanando a los necesitados, y murió liberándonos de lo más humillante, la muerte (y muerte de cruz). A este Jesús el Padre lo exaltó a la Gloria y vive por los siglos de los siglos. He ahí el kerygma apostólico. He ahí, también, el resumen de la teología estética. En este Plan de Historía Salvífica estamos injertados los cristianos. A nosotros nos toca continuar tanta belleza, como Cuerpo de Cristo que somos. La Iglesia de Iglesias es la esposa del Cantar de Cantares y del profeta Oseas. Aquella debe ser una enamorada, y lo es, del esposo. Lo reconocería –dice- entre diez mil que le presentaran. Eso exige reconocerlo en cuerpo y alma, efectivamente. ¡Belleza suma la mística esponsal! Que se lo pregunten al carmelita San Juan de la Cruz.





¿Le es subyugante al mundo ecuménico, en sus creencias más firmes, hablar de belleza? Yo creo que no sólo subyugante, sino necesario. Más aún: yo creo que urge desarrollarlo como un locus theologicus hoy para reflotarlo, para sentir el atractivo de Cristo, que es el Deseado, levantado, como bandera, ante las naciones, según se expresan los profetas (Isaías, por ejemplo).
Hablamos, pues, del Plan de Dios en la Historia. ¿Dónde encontrarlo? Los salmos nos repiten lo de buscar el rostro de Dios, como gran súplica. El rostro de Dios es la Historia de Liberación, y ésta nos la enseña la Palabra de Dios a través del Antiguo y Nuevo Testamento, además de lo mucho que queda esparcido en otras religiones y en otros acontecimientos más o menos escondidos, o publicitados, según los ojos de quien los mire.
Pero ahora dentro de esa Historia de la Belleza (con mayúscula) centrémonos en los sentimientos de Jesús, es decir, en lo que cuentan de él los evangelios, y en cómo lo vieron las Cartas de Pablo y de Juan. Repasar estos trancos de la Palabra, me recuerda también al salmista cuando dice: “Abres tú la mano y nos sacias de favores” (Ps. 144). La Palabra como alimento, he ahí otra de las constantes en los profetas: abre, tú la boca, Jeremías, y come, rumia la Palabra. O Is. 55, 1-3: “Venid, comprad trigo, comer sin pagar vino y leche de balde”. O los evangelios que narran cómo multiplica el Señor Jesús los panes y los peces y come una multitud (Mt. 14, 13-21). Texto inseparable de Mt. 4, 4: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabras que sale de la boca de Dios”. Las gentes no iban a ver a Jesús sólo para comer, sino para escuchar al gran profeta. Es decir, para oír cosas que engrandecían la belleza de ser personas. Ahí mismo, en los panes y peces, aparecen varios aspectos: a) Gente que sigue y persigue a Jesús por su atractivo; b) Compasión de Jesús, que es fruto del amor, hacia quienes tienen necesidad; c) Simbolismo del banquete, cuyo solaje demuestra que ha pasado por la eucaristía en comunidades que ya la celebran, y al narrarlo se notan esos trazos.
En punto a sentimientos de Jesús, no hay quizás texto más incisivo que el que se halla en Filp. 2, 5: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. En una comunidad como la de Filipos, con un ambiente duro en el que se vive, y donde cuesta seguir la Buena Noticia, Pablo pide a los creyentes que vivan unidos, que no haya discordias, que sientan la misma cosa todos. He ahí la asimilación: hay que parecerse a Cristo, hay que vivir como él, en unión con Padre, alentado por el Espíritu Santo. Pero está dicho, dentro de un contexto único, a saber, el del himno cristológico que sigue: Cristo Jesús, siendo Dios, no retuvo tal como un privilegio, sino que se vació de sí mismo asumiendo la condición de siervo, y se hizo igual a los hombres, reconocido como un hombre, y se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Historia de Salvación ejemplar, bellísima. El hombre sube a las alturas, el Dios se abaja. ¿Qué más belleza se puede pedir para la humanidad? Esta es nuestra fe. Esta belleza une, no separa. El amor junta; las separaciones, resquebrajan. El pueblo ecuménico que camina en su peregrinación por el desierto tiene ya una guía y brújula. Puede ir cantando por las trochas y veredas el himno cristológico. Impresionante orfeón. He ahí el Pueblo de Dios que camina según el Hijo, con la fuerza del Espíritu.
Los sentimientos de Jesús dan para mucho. Por ejemplo, ese de que se abajó, y se hizo pobre (un Dios que se abaja siempre resulta pobrísimo). Es obligatorio, a la par, meditar 2Cor. 8, 9: “Conocéis, en efecto, la gracia del Señor nuestro Jesucristo: de rico que era se hizo pobre por vosotros, para que vosotros os hagáis ricos por medio de la pobreza”. El aspecto soteriológico que ahí se ofrece, además de otros más evidentes, no puede ocultarse, desde la belleza. Salva la pobreza que se parece a Jesús; salva rebajarse en riqueza con el fin de hacerse rico de otros bienes más duraderos. Pienso, por tanto, en el sentimiento del dolor de Cristo ante el joven rico: le debía caer bien, pero cuando empezó a empujarlo a valores más altos, se fue deshaciendo como un flan el muchacho. Jamás desprecio, ni reproche personal de parte de Jesús. Solo lástima. Y es que “tenía muchos bienes”, apunta el evangelista. La belleza de la pobreza ni se compra ni se vende. Si la belleza se pudiese comprar en una boutique (es lo que se hace) o en la sección de complementos de las tiendas de grandes marcas, sería una belleza fláccida, expuesta a los cambios de moda. El ecumenismo debe enseñar cuál es la línea de belleza que se lleva, porque es movido por la Palabra, no por el papel couché. Quiero acercarme a otro sentimiento del Señor Jesús: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. Otra vez, el consejo no es sólo ejemplar para solo lo personal, sino con miras soteriológicas, a juzgar por lo que añade: “encontraréis descanso para vuestra vida. Mi yugo es suave, y mi peso ligero” (Mt. 11, 28-30). Va en la línea antedicha: lo que sirve y salva nos es vivir ansiosos y sin descanso. Ni sentirse prepotente, superior, ni mirar por encima del hombro a otros, sino guardar mansedumbre como se guarda agua potable para el camino. Es curioso que los sentimientos que más se exaltan hoy en publicidad (potencia económica, potencia de apariencia, potencia militar, potencia de cargos) ponen a la gente con ojos como bolillos. Y, sin embargo, a quienes tal ostentan es a quienes más critican las gentes. Envidia, dicen los poseedores (y es verdad); sabiduría de Dios, dicen los desposeídos (y también es verdad, porque eso es un mundo al revés). Digámoslo en cristiano: eso es un contradiós. Dios ya decidió, desde la Encarnación, cómo es la Trinidad Santa: una, con distinción de personas, sí, en pero en unidad de sentimientos. Decidió cuál es su rostro. El de Mt. 25, 40: lo que habéis hecho a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Visto que cambiar un mundo es una utopía posible, pero utopía al fin con pies y frenos, el sentimiento de Jesús imparable es de amor filial al Padre. A éste se dirige a cada paso. Por tanto, nos queda la palabra, sí, pero hecha plegaria, algo también ecuménico hasta los tuétanos, porque cuando no sabíamos casi ni orar, y tuvimos que preguntar cómo se hacía, vino el Hijo del hombre y nos lo dijo suavemente, como en susurro: cuando oréis, decid Padre Nuestro. La plegaria comunitaria, donde jamás se habla en singular, porque todo es de todos: danos, perdónanos, venga a nosotros tu reino
Así se puede ir por el mundo, y hasta darle la vuelta en 80 días. O en menos: a Galilea en chanclas.

Francisco Henares. Prof. de Teología

1 comentario:

  1. Considero que para hallar la “esteticidad” de la Teología, de lo primero que hay que huir es de la “estaticidad” de la misma en la que últimamente parece haberse instalado tanto en seminarios como en doctrinas. Esta Estética Teológica necesita necesariamente de un descubrimiento personal, que si bien es cierto que ha de tener como pilar fundamental La Historia de la Salvación, también ha de formarse desde la crítica y el razonamiento, huyendo de literalismos que con demasiada frecuencia producen daños éticos y morales irreparables, haciendo que la práctica teológica pierda así toda su belleza.
    En nuestras manos siguen estando depositadas las semillas para sembrar esa Iglesia unida, amante y esposa de un solo Dios. Quizás nosotros nunca lleguemos a ver vislumbrada dicha obra, pero no por ello debemos dejar de trazar caminos de comprensión, concordia, esperanza, unión y amor; y es en este marco donde el Ecumenismo tiene hoy en día su mayor reto: Ser apóstoles de una misma Iglesia, la Iglesia de Cristo, la Iglesia de Dios; Y para ello no hay que hacer más que seguir los pasos, en chanclas o desnudos, de Jesucristo, Nuestro Señor, (tamaña cosa he dicho), sólo desde esa humildad y sencillez podremos realizar la obra de Dios en la Tierra.

    Saludos fraternos.

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